Tuesday, September 19, 2006

Sobre las travesuras y el amor

No soy de realizar análisis críticos de libros ni mucho menos escribir tales esfuerzos, salvo contadas aproximaciones a ciertas consideraciones sobre algún que otro título que leí, no me adentré en temas de crítica ni ondas cavilaciones al respecto que no sean para mi fuero interno o discusiones entre afines a tal o cual lectura. En ese sentido, esto que a continuación merodeo con intenciones de sopesar algunos aspectos y hender mis dientes al asunto, no implica un análisis. Simplemente me sentí fascinado por la última novela de Vargas Llosa "Las travesuras de la niña mala". Debo reconocer además que no soy un seguidor de Vargas Llosa, es cierto que no desdeño el hecho de reconocer que es un buen escritor ni entender que es uno de los obligados referentes de la pluma latinoamericana, sólo que no ejerció en mí esa fascinación que otros escritores sí lograron y con mucha facilidad como, Kundera, Rulfo, Arlt y muchos otros más. Tampoco menoscabo el hecho de cierta tendencia y postura fascista que, me parece, tiene a Vargas Llosa enfrentado con una pléyade de la más diversa fauna de izquierda, de la que creo formar parte. No en vano en la inauguración de la feria del libro nuestro presidente proscribió uno de los libros del mentado autor, arguyendo sobre la insanía de dicho texto (no recuerdo cuál el título.)
Como sea y, a pesar de no estar de acuerdo con los postulados políticos sobriamente defendidos por Vargas Llosa, es su trabajo como escritor el que me lleva a desenfrenarme en circunloquios y, heme aquí aún sin entrar en tema. Y sigo, creo que su labor como escritor no puede ser proscrita por sus ideas políticas, auque sea una constante e insalvable la unión del trabajo del hombre con la política.
La última novela de Vargas Llosa es una novela de amor, separando el entorno en que se desenvuelve, que por cierto es manejado de forma diestra, ya que es una suerte de recorrido por los movimientos y procesos acontecidos en Perú y Europa a lo largo de cuatro décadas, desde los 40 a los 80. Los personajes irrumpen en el primer capítulo y será una constante a lo largo de la novela el encuentro de ambos, mientras la historia del mundo transcurre en medio de escenarios violentos, oníricos, intrascendentales, memorables, mientras trascurre en la cotidianeidad de una persona y su paso por lugares, espacio y tiempo en que se va armando su historia personal.
En el transcurso de las páginas se van alternando personajes de la más diversa laya desde los más comunes y pedestres, pasando por los obsesivos, por los extraños, por los incrédulos, por los perversos, por los exóticos, por los mundanos, por los pacifistas, por los luchadores, por los soñadores, por los sorprendentes, etc. Eso de pluralizar los caracteres es solo por decirlo, ya que es uno de cada especie que nos sumerge en su muy particular visión de las cosas, el mundo y su paso por esta tierra.
Cuantas veces nos hemos preguntado qué es el amor, como definirlo, cuál es su verdadero rostro y, cada quien a su turno ha elaborado una teoría al respecto o ha tratado de entenderlo. Los personajes que me llevan a escribir al respecto son dos antagónicos ya que no tienen nada en común y al mismo tiempo se yuxtaponen y convergen con tal intensidad que sino fuera así, no sería posible la historia. Son de esas vidas que parecen cocidas, son de esas uniones insalubres que acaban desquiciando a uno, al menos vital, al que no arriesga, ya que vive encuadrado en un discurso que no supera lo común como forma de vida, que se mantiene con un bajo perfil y con los sueños y deseos escondidos, que no se aventura ni tiene los huevos, ni la ambición para zamparse al mundo de un mordisco.
Ricardo es el niño bueno, aquel nacido en una clase media pequeño burguesa de miraflores (barrio peruano) cuya máxima ambición es vivir en Paris, cosa que logra. En su camino se cruza la chilenita, madame Arnoux, Mrs. Richardson, Kuriko, la guerrillera Arlette, etc. La niña mala, una suerte de camaleón ambicioso y fascinante. La cosa es simple, él se enamora de ella desde que la conoce, ella nunca le da el si definitivo. Ahora bien esta relación es una constante que a partir de un encuentro fortuito entre ambos será un juego enfermizo de algo que no es pero que está. Aquí surge la pregunta ¿se puede amar por siempre a alguien a pesar de no tenerla del todo? Es decir no de un modo convencional al menos ¿no crece, se hace o alimenta el amor en la convivencia y unión de 2 ó mas personas? Estos factos son recurrentes a la hora de tratar de definir como se conceptualiza el amor, por lo menos son síntomas comunes entendidos por cualquiera y de modo bastante práctico. ¿Pero quien dijo que el amor es práctico y objetivo? La relación en esta historia es de una devoción y continuo amor por parte del personaje hacia la niña mala que solo en contadas ocasiones le proporciona algo de miel, desapareciendo después para seguir su ambicioso juego material.
La niña mala es el prototipo de “material girl” aquella que consigue un amante o lo que sea (no importa si para eso debe casarse) para subir o mejorar su estatus social, su poder adquisitivo. Para conseguir aquello que una pobreza deprimente y puerca le negó en su niñez y ante lo cual responde con una determinación tenaz, con eso que tan bien conocemos, el fin justifica los medios. Abandona su país natal, pero desde antes, vive una realidad paralela manipulada a su antojo para huir de la pobreza usando o pisoteando lo que se interponga en su camino, es donde empieza su transitar por una serie de identidades, siempre con el fin de obtener mayor riqueza.
En este camino tan claro y marcado de objetivos y ambiciones no hay tiempo para el amor, solo usar los recursos con los que cuenta, belleza, mentiras, doble vida, intrigas, etc. Un ser humano tal y cual, nada nuevo, pero dotada de una maravillosa intensidad, energía y fascinación que ejerce en el otro protagonista una especie de control mágico, de dominio, de sumisión hacia ella, de dependencia, aspectos todos que forman parte de las relaciones en las que uno se embarca y que pueden llegar a tener un sentido privado de voluntad, una entrega total que llega al hecho morboso. Eso tiene el enamorado de
La niña mala, un amor privado de voluntad, una dependencia extraordinaria de otra voluntad, al que no le importa recibir migajas, mientras esta tenga el sabor de la entrega de ella, auque sea sólo para mantener a este individuo en una incondicionalidad que raya en lo obsceno, en lo grotesco, en lo patético. Su amor es una entrega total y sumisión a ella, una especie de muerte lenta y pérdida de cualquier deseo o ambición personal, salvo estar para ella y auxiliarla cuando lo necesite.
Dar es dar y no fijarse en ella y en su manera de actuar decía fito, algo en la niña mala me recuerda a Violeta de Diablo guardián, aunque son dos casos diferentes pero igual de fascinantes. Violeta es joven y rica después de haber exprimido a sus mariditos, la niña mala vivió con una intensidad solo comparable a su ambición hasta que también cae en dependencia absoluta de un japonés oscuro que la someterá a vejaciones inverosímiles que ella aceptara como una geisha voluntariosa y servil.
Privada de voluntad y autoestima regresa a donde siempre tendría un lugar, al corazón de quien nunca dejo de amarla, como sea los años trascurren en ese camino enfermizo de idas y venidas, hasta que el cuerpo sucumbe y la muerte no acepta artilugios ni actos de ilusionismo para zafarse de ella. Las travesuras de la niña mala tiene tantas facetas, como rostros y quizás así de diversos sean los rostros del amor como reza la contratapa del libro.