Thursday, August 02, 2007

EL PUENTE


Jocelyn soñaba con la ciudad, se la imaginaba grande y soberbia, sembrada de millones de estrellas, como las que veía todas las noches en el embovedado oscuro del altiplano donde ella vivía. Jocelyn también se imaginaba ver estrellas en la calle, moviéndose ligeras entre un mar de rostros desconocidos para ella. Su abuela le había dicho que cuando miró la ciudad de La Paz por primera vez, fue de noche, parecía que las estrellas se hubieran caído del cielo, solo que eran de muchos colores y miles se movían rápidamente, como queriendo retornar al cielo. Le contó que había tantos autos y gente que parecía que la ciudad se derramaba hacía una canaleta y todos se perdían entre quebradas al sur. Desde ese día soñaba con ir a la ciudad y llegar de noche para ver a todas las estrellas juntas, las del cielo y las que se habían caído.
En su pueblo no habían autos y los pocos que pasaban lo hacían lejos de su casa, sólo de vez en cuando escuchaba el ruido del motor y corría rápida al camino, su corazón se aceleraba y una gran sonrisa le partía la cara; le gustaba ver los carros en las noches, ya que los focos de los mismos se asemejaban a dos luciérnagas veloces volando al compás y a la misma altura raudamente. Imaginaba que se agarraban de la mano para no perderse y así recorrían los caminos cubiertos de tierra y misterios.
Ella quería ser una luciérnaga para poder volar donde quisiera y, no perderse nunca en la fría noche, porque tendría un foco en la frente que iluminaría todos los caminos y descubriría qué extraños seres moran la pampa entre las montañas, los sembradíos y la paja. Ella presentía en su corazón que esta tierra no estaba sola, y que cuando todos dormían, estos extraños seres se paseaban impávidos por su pueblo, pellizcando a las vacas, corderos y burros que dormían en los corrales, por eso se escuchaban mugidos o relinchos de cuando en cuando, como voces lastimeras.
Jocelyn iba a la escuela todos los días, le gustaba vestir su guardapolvo blanco y dibujar las letras con lápices de colores, nunca se atrasaba, salía como un cometa de su casa y sus pies casi no tocaban el suelo, corría como levitando, el viento frío mordía sus cachetes morenos y paspados. En el camino a su escuela ella debía atravesar un viejo puente sobre un riachuelo para llegar a la siguiente comunidad donde estaba la escuela, todos los días era un viaje de 40 minutos, pero lo hacía feliz, no le importaba caminar tanto. A veces iba sola, otras con algunos de sus amigos y compañeros, otras con su hermano menor, quien prefería a sus amigos, pero igual lo tomaba de la mano y lo arrastraba a toda carrera por el camino y parecían un cometa y un trompo atados en fugaz baile. Pero ella prefería ir sola, así podría jugar en su mundo de fantasía que tan ricamente había construido con infinidad de seres invisibles y visibles. Cuando iba con sus amigos, inventaba juegos durante el trayecto, los habían aquellos que eran competencias con algún tipo de premio para el ganador, otros simplemente, creaban mundos imaginarios y se convertían en seres extraordinarios venidos de sitios lejanos como el sol, la luna o las estrellas. La escuela siempre era una aventura para ella, por sus juegos y por el aprendizaje de cosas tan raras que muchas veces no entendía, porque no tenían el menor sentido para su vida, pero de todos modos guardaba todo con precisión en sus cuadernos. La maestra también les contaba de la ciudad, de lo grande que era, de la cantidad de gente que la habitaba y que siempre debían estar muy atentos y con sus cinco sentidos para no perderse o ser atropellados por los miles de carros que sin orden convulsionaban las vías.
Jocelyn no tenía padres. Su papá desapareció mucho antes de darle la oportunidad de conocerlo, su mamá había fallecido por consecuencias del parto del cual nació su único hermano. Su abuela, que era también la mamá de su mamá, fue la que los puso en su espalda y cargó con ellos sin lamentaciones, guardando el dolor de la perdida de su única hija.
Su madre murió cuando ella no tenía más de año y medio, así que el recuerdo era nulo, vago y opaco, como las brumas que cubrían los cerros en una mañana nublada.
Su abuela tenía una conexión especial con ella, especialmente cuando reía, pensaba que esa sonrisa que le partía la cara, iluminaba todo con sus dientes diminutos, y que, por alguna razón, al perder a su hija, Jocelyn era una extensión de ella y cuando estaba feliz se desdoblaban y las podía ver paseando juntas con la cara partida de alegría.
Ese miércoles de junio La Paz amanecía fría, una vez más, aunque el sol asomaba magnífico sobre el Illimani. Jocelyn despertaba en su pequeño pueblo y sus ojos somnolientos descubrían a su abuela hirviendo el agua en un viejo anafe. Saltó de la cama, se lavó la cara y las manos, estaba lista para un nuevo día de escuela.
En la ciudad el día era enérgico y rápido, miles de personas y vehículos ocupaban las arterías sin sentido aparente. Por el contrario, el pequeño pueblo estaba quieto, plácido, como si se hubiera detenido en el tiempo y más bien luchase por retroceder en el.
Ya de noche, como un sembradío de luciérnagas, la hoyada no descansaba y de lejos parecía que el cielo y suelo estaban unidos inexorablemente, con estrellas de todos los colores, algunas mas brillantes que otras.
Una ambulancia llegó al Hospital del Niño a toda velocidad, llamando la atención de los transeúntes a su paso con su aullido de mal agüero. Los paramédicos sacaron la camilla con un pequeño cuerpo y lo transportaron a urgencias velozmente para que los médicos y enfermeras evalúen y se hagan cargo del difícil momento.
Pasaron las horas lentamente, como una procesión afligida, en que los médicos hacían su trabajo y el pequeño cuerpo de una niña luchaba en su inconciencia por su vida.
Un médico y una enfermera se dirigieron a la sala de espera donde, una anciana de rostro oscuro y marchito pero de ojos vigorosos esperaba.
Usted señora es la abuela de la niña, Si doctor, Que ha pasado con su nieta, dígame porque no entiendo, las enfermeras me dicen que se había lanzado del puente y ha llegado casi muerta por un TEC, No entiendo señor, Un traumatismo encéfalo craneal pues, es decir, aj, no importa, el asunto es que ahora esta en coma y esperamos que pueda recuperarse, pero quiero saber porqué o como se ha lanzado del puente, No se ñito, qué haiga pasado, ella estaba yendo ande su escuela como todos los días y cuando enay otras guaguas han pasado por el puente lo han visto a mi Jocelyn botada como muerta con harta sangre dice, Sigo sin entender abuela, a que santo se ha lanzado del puente o la han empujado sus amigos, No ñito, solita estaba y se ha caído o se ha botado, no se siempre, solo quiero saber como está, Sus signos están estables, es decir su corazón, pero su cabecita se ha roto y tiene sangre dentro, así que tenemos que abrir el cráneo, aspirar con una sonda la sangre porque es peligroso si se queda ahí y luego la cocemos y esperamos que recupere, porque ahorita esta como en coma, Ay, no se ñito, no te entiendo, sálvala pues a mi Jocelyn, que no se muerta ñito, por favor.
Tras esa primera evaluación, un grupo de médicos y enfermeras se encerraron en el quirófano, por espacio de seis horas operaron a la niña e hicieron todo lo posible para salvarla. Cuando terminaron manifestaron que la operación había salido bien y que solo restaba esperar a que la paciente responda adecuadamente a la operación y posterior tratamiento.
La abuela no dejó de musitar palabras inaudibles mientras levantaba sus manos arriba y limpiaba con su manta sus ojos llorosos y sujetaba firmemente a su nieto menor. No se había movido de la sala blanca de espera, era como un montoncito de carne seca y vigilante, de rato en rato seguía los movimientos de algún empleado de limpieza con sus ojillos pequeños y se llevaba los dedos a la nariz, como molesta por el aroma a cloro que emanaba del piso.
Amanecía nuevamente en La Paz, despertaba el monstruo que duerme con un ojo abierto y en sus entrañas huecas, como hormigas, se iniciaba la danza patética diaria. Jocelyn había llegado de noche a la ciudad, así como lo soñó, pero no pudo ver las millones de estrellas caídas que su abuela le había contado, porque llegó inconciente y en una ambulancia con un severo traumatismo cráneo encefálico producto del salto o, caída, del puente de su pueblo, el cual solía atravesar todos los días entre risas y juegos, como un cometa de tela blanca y plisados.
Pasó una semana antes que abriera los ojos, en su cara se esbozaba una enorme extrañeza, las caras que miró eran aún más extrañas, se sobresaltó y un susto en forma de palidez arremetió contra su rostro, quiso incorporarse pero no pudo, se sentía mareada y débil. Llamaron a su abuela quien apresurada ingresó a la sala y buscó a la nieta con sus ojos vivaces y encontró los de ella, duros primero, pero en cuanto la vio, su expresión se fue suavizando. Le agarró las manos y le largo un montón de frases y preguntas pero no obtuvo ninguna respuesta, solo los ojos de Jocelyn que la miraban fijamente. La enfermera se encargó de explicarle a la abuela que, producto del golpe, su nieta había perdido el habla.
La abuela había hecho enormes sacrificios por su nieta, para después del accidente trasladarla a la ciudad en una ambulancia, ya que en el pueblo la atención era insuficiente y precaria. Ahora no se movía de su lado y con verdadera devoción atendía a la niña, quien poco a poco mostraba notables signos de mejoría, ya podía moverse, tenía mucho apetito, y volvió esa sonrisa suya a casi partirle la cara, pero sin sonido, ya que aún no hablaba. Los médicos tras tenerla en examinación, pronosticaron que la incapacidad en el habla, fruto del hecho post traumático, no sería algo permanente y que en cualquier momento lo recobraría. Demás está mencionar el hecho del interés de todos, en averiguar, porqué una niña de 8 años intento suicidarse o si alguien había atentado contra su vida.
Tras dos semanas desde el accidente, Jocelyn empezó a balbucear nuevamente palabras. En todo el tiempo anterior ya sabía que estaba en la ciudad, aunque se puso triste de no haber visto las millones de luces en la noche y los carros, pero igual estaba contenta y se la pasaba frente a la ventana, que para mala suerte suya, daba a un patio trasero, pero igual estaba llena de emoción al poder ver, más allá, edificios que se erguían como gigantes disecados. Cuando ya pudo hilvanar frases completas, aunque con cierto persistente tartamudeo, los médicos a cargo y enfermeras de la sala la sometieron al esperado interrogatorio del porqué se había lanzado, prácticamente de cabeza, desde el puente de su pueblo. Después de la explicación de la pequeña, no se escuchó una mosca por el aire, todos contuvieron la respiración un momento, los rostros estaban estupefactos y sorprendidos y luego de pronto, estalló una carcajada general. A partir de ese día los comentarios como ondulantes serpientes recorren los pasillos y salas del hospital contando acerca del supuesto intento de suicidio de una niña de 8 años llamada Jocelyn.
Hasta aquí amigos finaliza la historia, pues en realidad no hay mucho más que contar, pero sería desatento de mi parte y poco empático dejarlos con un enorme signo de interrogación y que no sepan del porque Jocelyn saltó del puente ese día de escuela. No voy a contarles todo el interrogatorio y las respuestas, pero les explico en resumen, la desesperada situación de una niña, qué la llevó a tomar tal medida y casi matarse. Pues sí, ella sola salto del puente tras botar primero sus cuadernos a las casi inexistentes aguas, por ser invierno y no haber lluvias, es decir nadie atentó contra su vida, razón por la cual todos pensaron que era un suicidio. Al preguntársele porqué quiso suicidarse, Jocelyn dijo: “¿suecidio?, que es eso doctorcito, ni conozco esa palabra”, para cuando terminaron de explicarle que significaba que ella había decidido matarse, ella respiro profundamente primero y luego una gran sonrisa le casi partió la cara por la mitad.
Resulta que cuando ella, como siempre, se aprestaba a pasar el puente, de la nada y sin aviso se le apareció el diablo en persona, así como lo leen, el diablo, el supaya, Belcebú, llámese como sea. Dijo que tenía grandes cuernos como los de un toro, los pies como las patas de los chanchos y había un extraño olor en el aire, su cuerpo estaba lleno de pelos hasta en su cara. Se puso en medio del puente y no la dejaba pasar, dijo además, que llevaba una especie de tenedor grande en las manos y ella creía que la iba a punzar. Ella retrocedió y el diablo avanzó hacía ella con intención de agarrarla, y como ella misma reflexionó en ese momento, al ver avanzar el diablo con las manos abiertas, dijo: “No pues doctorcito, no me iba a dejar agarrar por el diablo, así que he botado mis cuadernos primero del puente y luego yo he saltado bien rápido con los ojos cerrados, porque no me iba a agarrar tan fácil.”